sábado, diciembre 31, 2011

Felicitación navideña 2011 (por espinelas)

I

Una estrella se ha apagado
sobre las dunas de Oriente
ahorrando al contribuyente
los gastos del alumbrado.
Y la fanfarria ha acallado
los sonidos del destierro,
y el pavo ha legado al perro
la cena de Nochebuena
en una reunión obscena
con Ratzi de testaferro.

II

Tres reyes se han extraviado
al cruzar la piel de toro,
le llevan grifa a Montoro
y a De Guindos hash curado.
Los tres se han jubilado
con un sueldo millonario
rescatado del Erario
por milenios de servicio,
que ya regalan por vicio:
¿quién quiere ser funcionario?

III

Para el año venidero
y antes de que el mundo acabe
me he propuesto hacer jarabe
contra el cáncer de banquero,
agitar el sonajero
de pensamientos impuros,
volver a pagar en duros,
cuadrar con mimos la esfera
y hacer surf en la bañera
de mi agente de seguros.


jueves, noviembre 24, 2011

Iluso (quintillas para un milagro)

¿Quién va a este envite a la chica
por un mañana mejor?
si hasta el sol se automedica
con calas de la botica
de su escuela de calor.

¿Quién extirpa esta carpanta
con talón al portador?
si el ruiseñor ya no canta
-puto cáncer de garganta
que lo mata por amor-.

¿Qué plumífero engreído
trovará odas al dolor?
si hasta el borde de Cupido
anda al borde del despido
de su cielo protector.

¿Qué manual de bonhomía
se recomienda al lector?
si huele a casa vacía
y a polilla en rebeldía
con las bolas de alcanfor.

¿Quién acudirá al rescate?
¿Quién será el mejor postor?
¿Qué suerte de disparate
rubricará el jaque mate
con sus derechos de autor?

¿Por qué late el corazón
en un palpitar confuso
que ni avenirse a razón
ni llorar quiere el torpón
opositante de iluso?



martes, octubre 04, 2011

Mambrú

Mambrú no tiene empleo conocido
desde que lo botaron del taller,
apenas una choza de alquiler
en el Poblado del Tiempo Perdido
y un caldo de puchero recocido
y tres bocas pidiendo de comer
y un plazo fijo en Banco Santander
penando en la cuneta del olvido.
Mambrú ya no comprende el acertijo
de saludar al sol cada mañana
y de salir con la humildad a escena.
Le queda una bala y un crucifijo
para llegar a fin de la semana
ay qué dolor, ay qué dolor, qué pena.


jueves, agosto 04, 2011

La calentura del celuloide VIII: Verano del 52

El verano de 1952 fue, gracias al realizador sueco Ingmar Bergman, Un verano con Mónica o un verano en el archipiélago de Estocolmo al cobijo de una lancha con Harriet Andersson en punto de fusión a su veintena, que tanto monta. Fue un verano en blanco y negro expuesto al sonido perenne del agua rezumando por las rocas y al salto olímpico de las hormonas adolescentes desde el trampolín de la promiscuidad, un triple inmortal con tirabuzones. Harry y Mónica entregados a la experiencia vital de descubrir el mundo sin relojes ni complejos ni prisas ni humillaciones, apremiados en exclusiva por la urgencia de escapar de sus mayores, del angustioso silencio del hogar de uno y el bullicio insolente del universo familiar de la otra, del oscuro horizonte que el hermetismo del sistema socioeconómico reservaba a los inadaptados de palabra, obra y omisión.

El protagonista absoluto de esta desventura es Mónica, el complejo personaje desarrollado por Harriet Andersson, a quien Bergman calificó como uno de esos genios cinematográficos de los que uno solo encuentra algunos raros ejemplares resplandecientes en los tortuosos caminos de la jungla cinematográfica. Mónica representa todo el desánimo que la clase menos pudiente es capaz de depositar en un futuro incierto, toda la desilusión y aquella manipulación inconsciente que en forma de rebeldía explora nuevos caminos en una fuga suicida hacia el sol magnífico del verano. Bergman cocina a fuego lento los tiempos del drama y dibuja con tiralíneas de precisión el desenlace de la historia, mostrándonos poco a poco el apetitoso cuerpo de la actriz en aproximaciones sucesivas a su desnudez absoluta, tentación como telaraña en la que caerá irremisiblemente atrapado Harry (Lars Ekborg) para su pronta desgracia. Del suéter ceñido al cuello, opresor de unos abultados pechos suplicantes por la libertad condicional, al reclamo de una galería de escotes pronunciados y de unas piernas bajo unas medias de encaje que son lentamente reveladas al desgaire; del monótono uniforme de ciudadana convencional a la concesión carnal hecha a las exigencias estivales, el sueco va deshojando pacientemente la margarita hasta que llega el esperado momento primero de la revelación en que la chica se despoja de la ropa ante el chico, el momento de exhibir el cuerpo completamente desnudo de la actriz descendiendo por las rocas hacia la costa, hacia la pequeña poza en que chapotea como una niña que nunca hubiese visto el mar cimbrando el busto con cierta afectación infantil de día de estreno.

Habida cuenta del interés que esta película despertó entre la generación de jóvenes cineastas de la Nouvelle Vague, es más que sospechable el poderoso influjo que pudo ejercer en Los 400 golpes de Truffaut y en el cine de Godard, quien llegó a referirse a Bergman como el cineasta del instante. Su cámara busca una sola cosa: atrapar el segundo presente en lo que tiene de más fugaz y profundizar en él para otorgarle un valor de eternidad. Hay que ver Un verano con Mónica siquiera por esos minutos extraordinarios en los que Harriet Andersson, antes de volver a acostarse con un tipo al que ha abandonado, mira fijamente a la cámara, sus ojos risueños anegados de angustia, tomando al espectador por testigo del desprecio que siente por sí misma al preferir involuntariamente el infierno en lugar del cielo. Es el plano más triste de la historia del cine. Ese plano de la penúltima bobina de la cinta a que hace alusión Godard merece un sitial en el museo de la memoria cinematográfica del siglo XX por escalofriante, por turbador, por inquisidor, porque vapulea las conciencias sin atenuantes, porque la demoledora mirada a cámara de Mónica nos hace juez y parte de su destino durante una eternidad que dura escasos segundos, porque Bergman lo oscurece para interrogarnos en la intimidad, desde el otro lado de las pupilas de la protagonista, sobre la moralidad de sus planteamientos y la inmadurez de su forma de proceder. Mónica abandona a su familia por segunda vez, ahora a Harry y al retoño que de él concibió en alguno de sus escarceos playeros, a su nueva familia, para emprender un último viaje hacia su País de las Maravillas sin boleto de vuelta. Y el padre permanece con el bebé y añora a la madre, y cada instante de su nueva condición le trae a la mente los recuerdos de una época anterior sin ataduras vitales, más libre y más feliz, cuando Mónica seducía al sol con su exuberante juventud y coqueteaba con el agua salada ofreciéndole su cuerpo desnudo como prenda de una alianza de purificación que hizo temblar los pilares de la tierra yerma.


jueves, julio 14, 2011

Menáge à quatre

Las naves a la deriva,
las jarcias tejiendo el viento,
bravas las olas, violento
el tsunami en la saliva.
Carne ligera de estiba
ayuntando a barlovento,
beso que inaugura un ciento
(cero abajo, cero arriba).
Mar que empapa el amor, mar
cómplice de este revuelo
de espumas blancas, mar
lujurioso, mar en celo,
menáge à quatre al contar
dos cuerpos, un mar y un cielo.

viernes, julio 08, 2011

La calentura del celuloide VII: Las cataratas del diablo

Kiss, kiss me... Say you miss, miss me... sonaba a modo de consigna la melodía del viejo vinilo que igual encandilaba a Marilyn Monroe que azoraba a Joseph Cotten, el matrimonio Loomis, aquellos días de 1953 que vivieron peligrosamente al pie de las cataratas del Niágara dejándose manipular por los hilos que movía Henry Hathaway con sobrada destreza, aquellos postreros días de sus vidas... Sin embargo, las atenciones dictadas por el estribillo que una vez tañeron las campanas de la torre de Niagara Falls no eran aplicadas por la señora Loomis en nombre del amor hacia su esposo y, peor aún, él tenía conocimiento de ello. La señora Loomis se beneficiaba a un joven tarambana, quien probablemente no hubiese sido el primer amante de su lista pero en alguna parte estaba escrito con pintalabios en carmín De Luxe que habría de ser el último. Todo ello al desamparo de una madre naturaleza en Cinemascope vestida de gala para la ocasión, luciendo sus mejores joyas y los más cálidos tonos azulados. Es así como la acechante presencia de un paisaje tan conspicuo como agresivo confiere a la película una identificación ininterrumpida de contrarios, verbigracia la placidez del arco iris frente a las arremetidas de la catarata, las ordenadas manifestaciones naturales frente a la debacle entrópica de los actos humanos, la belleza frente a la tragedia, el tedioso fluir de la vida frente a la redención en brazos de la muerte o el pronunciado contraste entre los dos personajes femeninos protagonistas: la prudencia y el recato de la señora Cutler (Jean Peters), testigo accidental del deterioro del matrimonio vecino, frente a la olla a presión de descaro, sofisticación, riesgo y carnalidad de la señora Loomis, carácter al que la Monroe dota de un realismo atroz que roza la perfección de la ley natural que la envuelve.

Desde las primeras gotas de Niágara, que son como el principio bíblico de los tiempos cuando Dios creó el agua y las montañas, la campiña y la naturaleza bullente, al hombre errático por el Paraíso y, al ver que no era bueno que estuviese solo, de una costilla suya, con un pellizco de barro y un hálito mágico, a la mujer que lo echó todo a perder, desde el principio del filme, decía, la mujer, es decir Marilyn y solo ella, se muestra como el objeto acuciante del pecado, el reptil infausto del Edén, la tentación que antes de vivir arriba existió en la cama contigua, sin hojas de parra ni pudores que aderezar, cubierta apenas su exuberante y sediciosa desnudez por una sábana semitransparente de blanco impoluto que hace el juego en tecnicolor a la vívida negrura de su alma. Y cuando no revolotea desnuda, ya sea en el lecho o bajo la ducha, eso sí, sin que un solo cabello de la fronda de su peinado se descomponga y sin perder el furioso e incitante rojo pasión de su sonrisa, exhibe aquí y allá una pródiga galería de vestidos ceñidos al talle que ninguna otra Eva podría haberse enfundado jamás. Redoble de temblores. Por no hablar de ese afectado y peculiar contoneo a tacón recortado, según la leyenda que acompaña al mito de carne y hueso (mucha más carne que hueso en este caso), que traza curvas en el aire que escapan a los contenidos de la matemática mundana del observador, sugiriendo una extensa galería de formas redundantes de balanceo isócrono, una serpentine performance según el entonces crítico del New York Herald Tribune. Hathaway, sin embargo, atribuye la estética del vaivén de las caderas de la Monroe simplemente a la altura de los tacones que calzaba, la irregularidad del firme del puente en que se rodó la escena y a la angostura extrema de la falda que apresaba el anca de la diva en una jaula de algodón. Sea como fuere, ese narcisista caminar cámara en popa, largamente sostenido con indolencia, descontrola los ritmos de salivación y desafía a muerte las buenas maneras de las geometrías del espaciotiempo.

miércoles, mayo 25, 2011

Desde que no me pincho

Desde que no me pincho nada en vena
por prescripción de mi facultativo
y ver a Nemo hundir a la ballena
es mi única razón para estar vivo,
desde válgame Dios que Ford no estrena
filme analgésico y antitusivo
y el futuro perfecto es la gangrena
del pasado simple de subjuntivo,

desde entonces, doctor, me cuesta el evo
como picapedrero de la letra
armar la pluma por un mundo nuevo,
volar el verso exacto que perpetra
la muerte de lo injusto.
                                                  Nada llevo
dentro,
                      todo lo meo,
                                                  mala uretra.




martes, mayo 24, 2011

Like a rolling stone (Bob Dylan)

En otro tiempo
ibas bien vestida
y arrojabas monedas a los holgazanes
en tu mayor apogeo
¿no es así?

La gente te decía
oye, ten cuidado, nena,
que algún día caerás.
Sin embargo creías que todos
te tomaban el pelo.

Solías hacer mofa
de los que haraganeaban.
Ya tu voz
no es tan poderosa.
Ya no pareces
tan orgullosa
de tener que gorronear
la próxima comida.

Has ido a la mejor escuela,
Miss Soledad,
pero sabes que allí
únicamente
te exprimían.

Nunca nadie te enseñó
cómo se vive en la calle
y ahora descubres
que tendrás que
acostumbrarte a ello.

Dijiste que nunca te comprometerías
con el vagabundo misterioso, mas ahora te das cuenta
de que no vende humo
cuando penetras el vacío de sus ojos
y le preguntas ¿quieres que
hagamos un trato?

Nunca te giraste
para admirar el ceño
de los malabaristas y los payasos
mientras se acercaban
y hacían trucos para ti.

Nunca entendiste
que aquello no era bueno,
que no debías permitir
a nadie
que se divirtiera por ti.

Solías montar a lomos de un caballo cromado con tu diplomático,
quien llevaba sobre su hombro un gato siamés.
¿Acaso no duele descubrir que
él no era quien parecía ser,
después de que se llevase todo
lo que pudo robarte?

La princesa en la torre
y toda aquella gente guapa
no cesa de beber, pensando
que ya
lo han conseguido.

Se intercambian
valiosos regalos.
Mejor que tú
cojas tu anillo de diamantes
y lo empeñes, nena.

Solías ser tan divertida
con Warhol 1 y ese lenguaje que empleaba.
Vuelve a él, te está llamando, no puedes negarte.
Cuando nada tienes, nada puedes perder.
Ahora eres invisible, no tienes secretos
que ocultar.


¿Qué se siente?
¿Qué se siente
al no tener un hogar
y vivir como un completo ignorado,
como un canto rodado?



1. Aquí Dylan no fue tan explícito y se refirió a la Factoría Warhol como "Napoleon in rags"





miércoles, marzo 30, 2011

Pornational Geographic

París (Texas) y el mundo por entregas
con amor, pero no de esos que matan,
pinté sobre tu piel de azul Manhattan
con escala en Hawai y un viva Las Vegas.

Sobre tu pecho obré la peripecia
de vislumbrar Europa, sinfonía
de Berlín, hombre-ojo en Lisboa, un día
en Nueva York, mujeres en Venecia.

Rocé, llegando al pubis, la vesania
de safari por Kenia y sus pasiones,
humedal, selva negra y medio giro:

El objetivo es un coito en Birmania,
apperta como Roma y con tacones
y un trío en Düsseldorf con el vampiro.



miércoles, marzo 23, 2011

Lujuria (módulo 2)

Vivo al norte de Nept1
al amparo de un lu0
por paliar el agua0
que es tu cuerpo o no es ning1.
En qué universo oport1,
en qué húmedo roman0
bendije ser apar0
de tu pecho, oh diosa J1.
Contra eso no me vac1,
que es la carne de vac1
gloria para el carni0,
y aun rematado el ter0
enhiesto el pincho mor1
continúa al desay1.



jueves, marzo 17, 2011

Contigo

Como dilucidar la conjetura
que urge vida a la vuelta de la vida,
como alentar el ímpetu suicida
que me hace apostatar de la locura
y hundir la llaga de mi calentura
en aguas de la tierra prometida,
como entrar con buen pie por la salida,
como peinarme a trenzas la tonsura,
como lanzar al aire una moneda
con cruz de mayo y con cara de amigo,
rendir al cielo las lanzas en Breda,
jurar bandera a un palmo de tu ombligo,
zarpar con el pirata de Espronceda
rumbo a otro mar, así es estar contigo.








jueves, febrero 17, 2011

La calentura del celuloide VI: Más hielo

Kathleen Turner hizo su debut en el cine en 1981 encarnando a la irresistible femme fatal de una compleja urdimbre de obscenidades, engaños, chantajes, explosiones, infidelidades, suplantaciones y muertes orquestada (libreto incluido) por Lawrence Kasdan que se tituló Fuego en el cuerpo. El lector que conozca el film no se sorprenderá en absoluto por su título, poética traducción de Body heat, pues ya habrá experimentado en su pellejo el sudor acumulado de mil húmedos veranos, arritmias de lata fría de cerveza y ventilador, camisas con cerco en los sobacos y la espalda y palmitos pegajosos en apenas dos horas de metraje. Es esta la película en que Miss Turner, provocadora y sexual como nunca antes ni después, se hizo carne y acampó entre nosotros y se quedó para siempre en el recuerdo colectivo de los que nos hicimos mayores de edad en los gloriosos ochenta. También es esta la película en que Miss Turner se acomoda en un rodal de la alargada sombra que habían proyectado anteriormente las peligrosísimas Barbara Stanwyck y otra Turner rubia, Lana sin esquilar de la mejor oveja, sexo en estado de gracia (o desgracia en el caso de sus partenaires) en Perdición (desde entonces Barbara Stanwyck solo significó el sexo en el cine, diría Cabrera Infante, el Cain que no fue James) y El cartero siempre llama dos veces, respectivamente. Porque Fuego en el cuerpo es Cain (este sí es James) sin tapujos, con addendum de erótica noir y calor tropical que incontestablemente alagan el cuerpo entero de los protagonistas y el sur del ombligo de los espectadores: Deberías vestirte de otro modo, exhorta William Hurt a la Turner. Es una blusa y una falda, no es nada del otro mundo, replica ella. O quizás no tener ese cuerpo, sentencia finalmente el ingenuo abogado floridense interpretado por Hurt, que sucumbió por KO técnico en el primer asalto a los favores de la buscona. ¿Y quién no?

Hecho el deseo prisa y prisión, el ejercicio de seducción que plantea la primera parte del film es un elogio a la descubierta de la palabra, un verdadero duelo verbal en la cumbre entre los futuros amantes: Le hablaría de mis campanitas −dice ella aun a riesgo de que nuestras babas salpiquen su descarada presencia−. ¿Qué les pasa? En ese momento la tensión sexual es equiparable a la altura del mercurio que se adivina en la taberna de Pinehaven. Con el viento se mueven... y yo me lanzo a la terraza en busca de la brisa fresca. Y el termómetro y las braguetas acaban por restallar cuando ella dispara: Con el ajetreo me sube la temperatura a cien. Nada grave. Será cosa del motor. Él aguanta estoicamente la andanada: Precisarás una puesta a punto. Pero la suerte ya está echada: Y naturalmente tú tienes la herramienta justa. Puro sexo oral.

Y tras este prefacio literario que disparó todas las alertas, ahora sí el sexo carnal. Casi treinta años han transcurrido desde que Kathleen Turner fundase con Body heat el hot club de vamps del cine moderno. Tras ella varios nombres más han adquirido los derechos que otorgan una tarjeta de socio en tan distinguida organización, de entre los que pueblan los más húmedos rincones de mi memoria Theresa Russell por El caso de la viuda negra, Sharon Stone por Instinto básico o, más recientemente, una exuberante Elisabeth Shue de rompe y rasga con ligero toque Marilyn en Palmetto, así como la espléndida y esplendorosa madurez que Marisa Tomei luce en la última pieza del engranaje Lumet Antes que el diablo sepa que has muerto. Pero tú serás, Kathy, siempre la primera, y doquiera que estés en cualquier rincón plácido del Caribe sorbiendo daikiris lo que hoy escribo es un soplo de brisa para ti (y para que nunca muera en mi recuerdo el perverso titilar de tus chimes).

No es hora de hacer inventario.
Más hielo.
Me quemo por dentro.


miércoles, febrero 16, 2011

Desde Málaga con amor

Hoy no escribo yo. Hoy es el corazón de Inma la Dulce el que derrama tinta en tecnicolor desde el recuerdo en blanco y negro del año que vivimos peligrosamente en la ciudad más bonita del mundo. Gracias, boquerona, por ayudarme a cuadrar el celuloide. Ya me voy, que vienen los indios



martes, febrero 01, 2011

Chotis del metro

I

El cielo es un tejado de uralita,
la luna una lucerna en el andén,
la suerte compra en Doña Manolita
boleto por no equivocar el tren.

La prisa llega tarde a nuestra cita
con Belcebú en la Plaza del Edén,
en un banco la zorra de Adelita
se da el lote con otro niño bien.

Tú me pintas la cara de urbanita,
yo me dejo mecer por el vaivén
de un vagón que a la noche regurgita
mañanas de café y Espidifén,
tú deshojas en Sol la margarita,
yo en fa acudo cuando me dices ven.

II

El tiempo es un mejunje de farlopa
dormido en la nariz de la rutina,
la vida una escalera y una tropa
de zombis encumbrando la oficina.

Y un caballo de hierro que galopa
por vía intravenosa, medicina
venial contra el atascadero, sopa
boba de los flacos, lluvia endocrina.

Allá donde el mar cabe en una copa
de aceite reciclado de aspirina
afana porvenir la mano zopa
de un chulo balandrón de La Latina
y ya hurga por debajo de la ropa
de Adelita el chulapo de la esquina.



redes